La importancia de sentirse escuchados, como un simple gesto puede aliviar el alma.

    mujer alegre y feliz a lado de la manicurista

    Hoy decides levantarte y verte bien. Tomas ese café con leche que has preparado con esmero, te sientas en la mesa y coges un pan, específicamente una oreja. Das el primer sorbo, la primera mordida, saboreando lentamente cada instante. Después de unos minutos, tomas tu celular, ingresas a Pinterest y comienzas a explorar los mejores diseños para esas manos suaves y delicadas. Colores, texturas, formas… tu dedo desliza la pantalla mientras te sumerges en un mundo de posibilidades. Los minutos pasan, los segundos corren, incluso las horas, hasta que finalmente encuentras el diseño perfecto para ti.

    mujer sentada en su cama pidiendo el servicio de uñas

    Tomas tu agenda y llamas a esa persona de confianza. Si aún no tienes una, buscas en grupos de Internet donde se recomiendan las mejores manicuristas de tu localidad. Comparas calidad y precio hasta dar con la opción ideal. Y justo en ese momento, descubres que tiene un espacio disponible esa misma tarde. Ya por la tarde agarras tus llaves y caminas unas cuadras; la cita te espera. Al llegar, te recibe un hermoso ventanal. Lo abres, una chica te saluda con una ligera sonrisa, ya lista con los utensilios necesarios para comenzar. Al entrar, te envuelve un ambiente en tonos rosa intenso, con repisas repletas de esmaltes alineados con precisión, como si cada color estuviera dispuesto para inspirar alegría y emoción. Todo luce meticulosamente organizado.

    Frente a ti, un elegante escritorio blanco con varios cajones, donde probablemente se guardan herramientas esenciales. A la izquierda, un carrito organizador negro con múltiples niveles, repleto de materiales y aparatos listos para dar forma y vida a tus uñas. Para tu comodidad, un amplio y majestuoso sillón te espera, digno de una reina. Su diseño elegante y su suavidad prometen el confort necesario para disfrutar del proceso durante las próximas dos horas, por lo menos. Frente a ti, la profesional cuenta con una silla más sencilla, pero ergonómica, diseñada para brindarle comodidad mientras trabaja. Incluso podría ser una silla gamer, adaptada para largas jornadas de precisión y arte.

    Vista de un salon de uñas

    Entonces...

    Respiras hondo. Todo está impecable. La paz y la tranquilidad del lugar te envuelven. No hay prisa, este momento es solo tuyo. Le muestras el diseño que te ha gustado, observa con delicadeza y muestra las técnicas que ha de emplear. Asientes con una sonrisa y comienza a preparar sus herramientas con la precisión de una artista. Sus manos toman las tuyas con delicadeza, como si sostuviera algo precioso.

    Entonces comienza: Lima cada uña con precisión, trabajando cada una de manera única antes de colocar las extensiones. Luego, ajusta el tamaño perfecto y comienza a plasmar el diseño con delicadeza, asegurándose de que el resultado sea limpio, profesional y, sobre todo, duradero. Te sumerges en el proceso, en la sensación de ser cuidada, atendida. Sigue transcurriendo el tiempo. Poco a poco, notas cómo tus manos comienzan a transformarse, volviéndose más hermosas con cada detalle. La precisión, la habilidad y la destreza de la manicurista se hacen evidentes en cada trazo, en cada pincelada de color. No es solo técnica, es arte.

    Aplicando las uñas a una persona

    No siempre te harás las uñas por un compromiso o una ocasión especial. Muchas veces lo harás por ti, porque te gusta, porque te hace sentir bien. Porque verte bonita y radiante no es solo para los demás, sino para mirarte en el espejo y sonreírte a ti misma.

    Y entonces, te preguntas: ¿Cómo es que me he metido en este mundo de la manicura siendo un hombre? La respuesta es sencilla: tengo una amiga, y para contar lo que hoy queria compartirte, necesitaba narrarlo desde esta perspectiva.

    Mientras ella da rienda suelta a su creatividad, la conversación fluye de manera natural. Lo que comienza como una charla casual poco a poco se torna más profunda, hasta convertirse en un espacio de confianza. Y, casi sin darte cuenta, entre pinceladas y sonrisas, recibirás un consejo sincero de la manicurista. En algunos casos, incluso podrías terminar soltando una lágrima, pues sin planearlo, ya habrás compartido tu historia. Ella escucha con atención, sin interrumpir, sin juzgar. Sus palabras son suaves, como pinceladas sobre tus uñas. Un consejo, una risa compartida, un gesto de empatía.

    Dandole consuelo a una joven que se fue a poner las uñas

    Sin darte cuenta, has contado parte de tu vida, has soltado cargas que ni sabías que llevabas. Cuando el trabajo termina, no solo sales con unas uñas hermosas, sino con el corazón más ligero. Pagas, agradeces y te marchas con una sonrisa. Con el tiempo, con el ir y venir de las sesiones se vuelve tu amiga, las conversaciones se vuelven más profundas. Lo que parecía un simple servicio se convierte en un espacio de confianza. Hablan de todo y de nada: anécdotas, sueños, preocupaciones. Recuerdo una vez en la que yo mismo necesitaba apoyo. No fue en un salón de manicura, sino con un amigo. En un momento difícil, un abrazo suyo, aunque al principio le costó darlo, me ayudó a liberar esa carga que me pesaba. No me arregló las uñas, pero me escuchó, me entendió. Y eso, a veces, es todo lo que necesitamos.

    No es necesario hacerse las uñas para ser escuchado. Me pareció un buen ejemplo abordarlo desde esta perspectiva pero basta con encontrar a alguien dispuesto a escucharte sin juzgar. Y si eres tú quien escucha, hazlo con empatía. A veces, un simple te entiendo o un abrazo pueden significar más de lo que imaginas.

    Mujer feliz después de ir al servicio de uñas
    Alguna vez estuviste en una situación así, haz necesitado de un consejo y un abrazo o haz sido tu quien los ha dado. Te leemos en comentarios.